—¿Cosas bonitas?
Comienza a decir.
—¿Bonitas como tú?
Baja la vista, instintivamente, y vuelve a mirar sus manos, mientras comienza a jugar de nuevo con el bolígrafo.
—¿Como la forma en la que tus ojos se achinan al sonreír? ¿O cómo se me detiene el corazón cada vez que lo haces? Cosas bonitas, como la forma en la que te tapas la cara al hacerte un cumplido, o mi orgullosa sonrisa de bobo por hacerte ruborizar.
Algo bonito, como el orgullo que nace en mi pecho al verte disfrutar de algo que he escrito, o esos pequeños instantes en los que, a veces, al mirarme al espejo, veo a la persona que ves tú, y no la que mis inseguridades me hacen creer que soy.
Bonito como el valor que encuentro para sobrellevar el terror a perderte, porque jamás sería capaz de perdonarme el no darlo todo contigo. Bonito como el hecho de que no me sienta menos que tú, a pesar de lo mucho que te aprecie.
No se me da bien hablar de estas cosas. Supongo que me da miedo expresarlas, me hacen sentir vulenable. Me hacen sentir más vulnerable que expresar mi dolor. Pero tú lo haces más fácil. No fácil, pero sí un poco menos difícil. Colmas mi vida de cosas bonitas. Me haces a mí bonito.
Te tengo presente constantemente, no siempre estoy pensando en ti, pero nunca dejas de estar en mi mente. Eres, con diferencia, una de las personas más importantes de mi vida. Eres mucho más que eso...
Alza la vista, con la mirada vidriosa y los ojos húmedos. Su boca se tuerce en un gesto triste, melancólico. Duda de si seguir hablando. Sabe lo que va a decir a continuación pero no sabe si está preparado para ello.
—Te amo. Te amo como el mar ama a las nubes, que sabe que por lejos que estén el tiempo las acabará trayendo de vuelta, y espera pacientemente a la lluvia. Te amo con el cuidado con el que las olas acarician la orilla, que con movimiento cauteloso manifiestan algo inmeso e insondable. Te amo como el viento ama las hojas, que bailan a su paso y le hacen visible al mundo. Te amo como un brote ama al Sol, que lo busca para crecer y crece buscándolo.
Te amo. De una forma en la que todas las palabras que me vienen a la mente me quedan pequeñas.
De pronto parece caer en la cuenta de que se encuentra de pie, con los brazos extendidos, y que ha estado gesticulando enérgicamente durante esta última parte. Debería sentirse avergonzado, y tal vez lo haga, pero el alivio que siente eclipsa la vergüenza. Se deja caer sobre la silla, su boca dibuja una media sonrisa y comienza a llorar.
Las lágrimas caen a borbotones por su rostro. En ese momento ya ni siquiera le importa su respuesta, ha encontrado una victoria en lograr expresarlo, en lograr aflojar el nudo que había atado su pecho hace lo que parecía una eternidad.
Enredado en estos pensamientos, no se percata de cómo su mano se acerca hasta que al fin la siente acariciarle. Sus ojos vuelven a encontrarse, y de súbito recuerda dónde está, lo que acababa de ocurrir. No esperaba una respuesta, y menos aún la que obtiene.
Cuando las palabras llegan a sus oídos le suenan extrañas, irreales. La confusión se refleja en su rostro mientras trata de cerciorarse de que ha oído bien. Ella lo ve, así que sonríe y las repite:
—Te quiero.
—Te amo. Te amo como el mar ama a las nubes, que sabe que por lejos que estén el tiempo las acabará trayendo de vuelta, y espera pacientemente a la lluvia. Te amo con el cuidado con el que las olas acarician la orilla, que con movimiento cauteloso manifiestan algo inmeso e insondable. Te amo como el viento ama las hojas, que bailan a su paso y le hacen visible al mundo. Te amo como un brote ama al Sol, que lo busca para crecer y crece buscándolo.
Te amo. De una forma en la que todas las palabras que me vienen a la mente me quedan pequeñas.
De pronto parece caer en la cuenta de que se encuentra de pie, con los brazos extendidos, y que ha estado gesticulando enérgicamente durante esta última parte. Debería sentirse avergonzado, y tal vez lo haga, pero el alivio que siente eclipsa la vergüenza. Se deja caer sobre la silla, su boca dibuja una media sonrisa y comienza a llorar.
Las lágrimas caen a borbotones por su rostro. En ese momento ya ni siquiera le importa su respuesta, ha encontrado una victoria en lograr expresarlo, en lograr aflojar el nudo que había atado su pecho hace lo que parecía una eternidad.
Enredado en estos pensamientos, no se percata de cómo su mano se acerca hasta que al fin la siente acariciarle. Sus ojos vuelven a encontrarse, y de súbito recuerda dónde está, lo que acababa de ocurrir. No esperaba una respuesta, y menos aún la que obtiene.
Cuando las palabras llegan a sus oídos le suenan extrañas, irreales. La confusión se refleja en su rostro mientras trata de cerciorarse de que ha oído bien. Ella lo ve, así que sonríe y las repite:
—Te quiero.