Hoy has vuelto a aparecer y, como siempre, vienes cargada de recuerdos.
Abres la mochila y comienzan a brotar, tanto las memorias como las lágrimas.
Recuerdo que fuiste la primera vez que lloré de pura felicidad;
o que me hacías sentir atractivo.
Recuerdo cómo me hacías sentir seguro cuando te abrazaba;
o cómo besarte nunca parecía ser del todo real,
como si tus labios me transportasen directo al sueño.
Recuerdo que al final de una semana todo lo malo desaparecía entre tus besos;
y que verte sonreír era lo más bonito del mundo.
Siempre traes los recuerdos bonitos, claro.
Nunca me recuerdas cómo me llegaba a sentir insignificante cuando me tratabas como si fuera tonto;
ni como mis inseguridades nos hacían tanto daño.
No traes recuerdos acerca de como fui tan estúpido como para alejarme de todos salvo de ti;
o como fuiste tan boba como para hacer lo mismo durante tanto tiempo.
No me recuerdas como me dolía la mandíbula de apretar los dientes;
ni la soledad y el desamparo que me traían tu ausencia.
En tu mochila no están todas las cosas que hicimos mal;
no están las cosas que tanto dolían por las que tuvimos que acabar,
pero las hay.
Siempre has sido mi forma favorita de hacerme daño,
pero ahora estoy intentando quererme.
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