Es curioso ¿no? Todo el mundo sabe lo que es el desierto o el mar. Todo el mundo ha oído hablar de lo vasto de su extensión e incluso algunos los hemos transitado. Pero he de decir que nada te prepara para cuando estás realmente ahí. No hablo de realizar un viaje en barco, con otros pasajeros y una tripulación preparada, que ha logrado a fuerza del uso y la costumbre tornar el océano en un mero paisaje; ni de realizar una travesía en una caravana acompañado de gente capaz de leer las estrellas como si de un mapa se tratasen y que te aportan tantas o más comodidades de las que tendrías en una aldea cualquiera.
He pasado por esas cosas antes, y entonces creía comprender la inmensidad, pero lo cierto es que no era así. En todos esos casos yo no me encontraba en el mar ni en el desierto, yo me encontraba en un pequeño refugio con un bonito decorado.
No corría riesgo alguno, no tenía nada que temer, no tenía que preocuparme por la inmensidad.
No tenía que sobrevivir a ella.
Ahora me encuentro solo, en medio de un mar de arena. Sin saber en qué dirección tengo que avanzar ni cuanto tiempo he de hacerlo. No sé cuánto me durarán los víveres, o cuanto podré seguir una vez se acaben. Cada mañana el frío viento nocturno ha borrado mis huellas y cambiado el paisaje. No tengo claro cuán lejos logro llegar cada día, y estoy comenzando a perder la noción del tiempo.
Resulta sorprendete que, a pesar de la aridez del paisaje, a pesar de lo extremo de la situación y de los evidentes riesgos más acuciantes (agua, comida, refugio, etc) la mayor dificultad que estoy encontrando no viene de fuera, sino de dentro.
El agua terminará por acabarse, y lo mismo sucederá con la comida y con mis propias fuerzas, podré encontrar o no el camino y alcanzar un lugar seguro, sobre todas estas cosas no puedo influír. Sobre lo que sí tengo poder es sobre lo que sucede en mi cabeza, a dónde se dirige mi mente, y los pensamientos que la pueblan. Al final del día, cuánto he logrado o no avanzar no lo determian mis pobres piernas, sino mi determinación y convicción. A pesar de lo que podría parecer, la mayor parte de la prueba está en mi interior.
Es posible que, a pesar de todo e incluso si logro mantener mi tenacidad y convicción, mi condena ya esté dictada y el esfuerzo sea en vano, pero esto sólo es otra quimera con la que combatir en mi mente.
Rendirme habiendo una posible salvación sería entregarme a mí mismo a la muerte, mientras que seguir adelante ante un destino sellado no cambiaría gran cosa.
Es curioso ¿no? Todo el mundo conoce el peligro del desierto o el mar. Todo el mundo ha oído hablar de caravanas perdidas o pecios naufragados, e incluso algunos los hemos contemplado. Pero nada te prepara para el peligro de la verdadera inmensidad, la que provoca en tu mente la soledad.