sábado, 5 de junio de 2021

Correo extraviado

Por un momento deja de juguetear con el bolígrafo que tiene entre las manos y alza la vista. Cuando sus miradas se encuentran abre la boca para hablar, pero se detiene instantáneamente. Se había planteado la situación tantas veces en su cabeza, se había imaginado tantas conversaciones, había preparado tantos discursos... Pero al final toda preparación le abandona, y queda a solas con la persona que tiene delante, los ojos que otean su alma, y lo que siente en su interior.

—¿Cosas bonitas?
Comienza a decir.
—¿Bonitas como tú?
Baja la vista, instintivamente, y vuelve a mirar sus manos, mientras comienza a jugar de nuevo con el bolígrafo.
—¿Como la forma en la que tus ojos se achinan al sonreír? ¿O cómo se me detiene el corazón cada vez que lo haces? Cosas bonitas, como la forma en la que te tapas la cara al hacerte un cumplido, o mi orgullosa sonrisa de bobo por hacerte ruborizar.
Algo bonito, como el orgullo que nace en mi pecho al verte disfrutar de algo que he escrito, o esos pequeños instantes en los que, a veces, al mirarme al espejo, veo a la persona que ves tú, y no la que mis inseguridades me hacen creer que soy.
Bonito como el valor que encuentro para sobrellevar el terror a perderte, porque jamás sería capaz de perdonarme el no darlo todo contigo. Bonito como el hecho de que no me sienta menos que tú, a pesar de lo mucho que te aprecie.
No se me da bien hablar de estas cosas. Supongo que me da miedo expresarlas, me hacen sentir vulenable. Me hacen sentir más vulnerable que expresar mi dolor. Pero tú lo haces más fácil. No fácil, pero sí un poco menos difícil. Colmas mi vida de cosas bonitas. Me haces a mí bonito.
Te tengo presente constantemente, no siempre estoy pensando en ti, pero nunca dejas de estar en mi mente. Eres, con diferencia, una de las personas más importantes de mi vida. Eres mucho más que eso...

Alza la vista, con la mirada vidriosa y los ojos húmedos. Su boca se tuerce en un gesto triste, melancólico. Duda de si seguir hablando. Sabe lo que va a decir a continuación pero no sabe si está preparado para ello.
—Te amo. Te amo como el mar ama a las nubes, que sabe que por lejos que estén el tiempo las acabará trayendo de vuelta, y espera pacientemente a la lluvia. Te amo con el cuidado con el que las olas acarician la orilla, que con movimiento cauteloso manifiestan algo inmeso e insondable. Te amo como el viento ama las hojas, que bailan a su paso y le hacen visible al mundo. Te amo como un brote ama al Sol, que lo busca para crecer y crece buscándolo.
Te amo. De una forma en la que todas las palabras que me vienen a la mente me quedan pequeñas.

De pronto parece caer en la cuenta de que se encuentra de pie, con los brazos extendidos, y que ha estado gesticulando enérgicamente durante esta última parte. Debería sentirse avergonzado, y tal vez lo haga, pero el alivio que siente eclipsa la vergüenza. Se deja caer sobre la silla, su boca dibuja una media sonrisa y comienza a llorar.
Las lágrimas caen a borbotones por su rostro. En ese momento ya ni siquiera le importa su respuesta, ha encontrado una victoria en lograr expresarlo, en lograr aflojar el nudo que había atado su pecho hace lo que parecía una eternidad.
Enredado en estos pensamientos, no se percata de cómo su mano se acerca hasta que al fin la siente acariciarle. Sus ojos vuelven a encontrarse, y de súbito recuerda dónde está, lo que acababa de ocurrir. No esperaba una respuesta, y menos aún la que obtiene.
Cuando las palabras llegan a sus oídos le suenan extrañas, irreales. La confusión se refleja en su rostro mientras trata de cerciorarse de que ha oído bien. Ella lo ve, así que sonríe y las repite:

—Te quiero.

sábado, 22 de mayo de 2021

Auto recordatorio

Escribe.
Que no te importe si es bien o mal.
Que no te importe si le gusta a nadie,
ni tan siquiera a ti.
No escribas para que te lean.
No escribas para disfrutar del restultado,
o para que otros disfruten del restultado,
o siquiera para que exista un resultado.
No es necesario ni que termines lo que escribes.
No escribas para llegar a un producto terminado.
Escribe por impulsos,
o hazlo de forma metódica.
Escribe lo que te ha sucedido en tu día,
o lo que te gustaría que ocurriese.
Escribe lo que sientes, 
o lo que sueñas,
o lo que temes.
No escribas porque nadie te lo pida,
ni tan siquiera yo.
No escribas con ningún propósito más allá de escribir.
Escribe por escribir,
por el placer de hacerlo.
Escribe para hacerlo un hábito,
para estar preparado cuando tengas algo que contar.
Escribe para impedir que todas esas cosas mueran en tu interior.
Escribe todos los días, o cada dos
o una vez a la semana,
o al mes,
pero hazlo.

Escribe, por favor.
Para que la pluma contra el papel acallen el ensordecedor silencio.
Para que el sonido de las teclas superen los gritos de tu mente.
Escribe.

Seguir vivo

¿Quiero seguir vivo? 
Me hago esta pregunta más a menudo de lo que me gustaría reconocer. Hay días buenos en los que la respuesta es fácil. Días en los que me vienen instantáneamente a la cabeza docenas de razones por las que quiero seguir adelante. Hay otros días que es más difícil. Días en los que me cuesta encontrar un par de motivos, e incluso estos parecen palidecer como si fuesen a esfumarse si los observase demasiado.
Hubo un tiempo en el que ni tan siquiera llegaba a tanto. Día tras día la respuesta era una rotunda negativa y, por más que buscase (y creedme que lo hacía), no encontraba el más mínimo motivo. Aún tengo días de esos de vez en cuando. Por suerte no es igual. Por suerte es uno o dos días aislados que quedan olvidados y enterrados entre los demás. 
Pero cada vez que llega uno de esos días, cada vez que soy incapaz de responder afirmativamente a esa pregunta, me acuerdo de hacerme otra. Una que ya no me falla nunca.

Y es que no quiero morir.
Tal vez no parezca mucho, pero para mí es un mundo, y recordar este avance es lo que me anima a seguir un día más.

sábado, 15 de mayo de 2021

A quien le corresponda

A quien le corresponda,

    Cuando piensas en quién eres, te pueden venir un montón de cosas distintas a la mente. Te puede venir tu oficio, te pueden venir tus aficiones, tus estudios, tus formas de expresarte. Tal vez en lugar de eso pienses en el lugar donde vives, o en tu familia, tu etnia o tu herencia sanguínea. Tal vez sencillamente pienses en tu nombre, y en los eventos más relevantes que han condicionado tu vida. O, tal vez, lo que te venga a la mente sean tus trastornos. 
Como jugador de rol, siempre he defendido que las limitaciones y los defectos de un personaje lo definen más que sus virtudes, lo humanizan y lo dotan de identidad. Supongo que tal vez ahí se encuentre el pensamiento subyacente que me fuerce a definirme a través de mis trastornos. "No eres tus trastornos" es un mantra que repito decenas y cientos de veces, trato de hacerle ver a otras personas en mi situación que son la persona que padece la enfermedad y no la enfermedad en sí, que su identidad no está más definida por ella de lo que lo está por la ropa que lleve puesta y que, igual que la misma, no dura para siempre. Creo que es importante asimilar que eres una entidad por derecho propio y que tus circunstancias pueden cambiar. Que las enfermedades, los trastornos, los traumas, se combaten y se superan. 
Es cierto que al final siempre dejarán marca en ti, pero también lo hacen todas las cosas que vives: Una vez escuchaste una canción con una palabra que no conocías y aprendiste gracias a ella. La canción ha quedado atrás, puede que ya ni la recuerdes, pero la palabra ha pasado a formar parte de tu vocabulario y no por ello te definirías a través de esa canción.

Esa es la teoría, claro, la práctica es bastante más complicada. En la práctica, ves día tras día cómo tus trastornos afecta a tu vida, a tus relaciones, a tu bienestar. Día tras día ves todas esas cosas que no puedes hacer debido a ellos o, peor, que puedes hacer pero no eres capaz de disfrutar. Cuando ves el mundo a través de la distorsión de un trastorno cuesta recordar, o siquiera creer, que no es su verdadera forma. Cuando el trastorno se siente tan tuyo como tus pulmones y tus entrañas, cuesta creer que no lo sea. 

Supongo que por eso me esfuerzo tanto en hacérselo ver a otra gente. Por eso trato de ayudar a los demás, no siento que yo tenga salvación, pero tal vez pueda ayudar a otra persona a alcanzarla. Tal vez por eso disfruto tanto de ver a la gente sanar, porque creo que algún día, esa persona seré yo.

martes, 11 de mayo de 2021

La inmensidad

Es curioso ¿no? Todo el mundo sabe lo que es el desierto o el mar. Todo el mundo ha oído hablar de lo vasto de su extensión e incluso algunos los hemos transitado. Pero he de decir que nada te prepara para cuando estás realmente ahí. 
No hablo de realizar un viaje en barco, con otros pasajeros y una tripulación preparada, que ha logrado a fuerza del uso y la costumbre tornar el océano en un mero paisaje; ni de realizar una travesía en una caravana acompañado de gente capaz de leer las estrellas como si de un mapa se tratasen y que te aportan tantas o más comodidades de las que tendrías en una aldea cualquiera. 
He pasado por esas cosas antes, y entonces creía comprender la inmensidad, pero lo cierto es que no era así. En todos esos casos yo no me encontraba en el mar ni en el desierto, yo me encontraba en un pequeño refugio con un bonito decorado. 
No corría riesgo alguno, no tenía nada que temer, no tenía que preocuparme por la inmensidad.
No tenía que sobrevivir a ella.

Ahora me encuentro solo, en medio de un mar de arena. Sin saber en qué dirección tengo que avanzar ni cuanto tiempo he de hacerlo. No sé cuánto me durarán los víveres, o cuanto podré seguir una vez se acaben. Cada mañana el frío viento nocturno ha borrado mis huellas y cambiado el paisaje. No tengo claro cuán lejos logro llegar cada día, y estoy comenzando a perder la noción del tiempo.

Resulta sorprendete que, a pesar de la aridez del paisaje, a pesar de lo extremo de la situación y de los evidentes riesgos más acuciantes (agua, comida, refugio, etc) la mayor dificultad que estoy encontrando no viene de fuera, sino de dentro. 
El agua terminará por acabarse, y lo mismo sucederá con la comida y con mis propias fuerzas, podré encontrar o no el camino y alcanzar un lugar seguro, sobre todas estas cosas no puedo influír. Sobre lo que sí tengo poder es sobre lo que sucede en mi cabeza, a dónde se dirige mi mente, y los pensamientos que la pueblan. Al final del día, cuánto he logrado o no avanzar no lo determian mis pobres piernas, sino mi determinación y convicción. A pesar de lo que podría parecer, la mayor parte de la prueba está en mi interior.
Es posible que, a pesar de todo e incluso si logro mantener mi tenacidad y convicción, mi condena ya esté dictada y el esfuerzo sea en vano, pero esto sólo es otra quimera con la que combatir en mi mente. 
Rendirme habiendo una posible salvación sería entregarme a mí mismo a la muerte, mientras que seguir adelante ante un destino sellado no cambiaría gran cosa. 

Es curioso ¿no? Todo el mundo conoce el peligro del desierto o el mar. Todo el mundo ha oído hablar de caravanas perdidas o pecios naufragados, e incluso algunos los hemos contemplado. Pero nada te prepara para el peligro de la verdadera inmensidad, la que provoca en tu mente la soledad.

viernes, 23 de abril de 2021

El texto

Me pides que te escriba un texto.
Y lo entiendo, se supone que esto es lo mío. 
Es lo que hago, escribo textos.
Lo he hecho muchas otras veces, y no debería ser un problema.
Entonces, ¿por qué lo es?

Cuando escribo normalmente estoy tratando de verbalizar emociones reprimidas.
Estoy intentando dar forma a un dolor, o una esperanza muda que no logro identificar.
Pero ¿cómo voy a tener emociones reprimidas si te lo digo todo?
Si contigo no me reprimo, si contigo las palabras fluyen como la corriente de un río.

Cuando escribo normalmente tengo algo que contar.
Pero ¿qué tengo que contar que no sepas ya?
Si te digo los sentimientos que me brotan en el pecho tal cual me nacen.

Me pides que te escriba un texto.
Y lo entiendo, se supone que es lo mío.
Es lo que hago, te escribo textos.
Lo hago continuamente, cada vez que hablamos y te digo lo que siento.
¿Por qué iba esto a ser diferente?

Me pides que te escriba un texto,
y no eres consciente que lo que estoy escribiendo es una historia.
Una que empezó cuando nos conocimos, y que no sé cuándo va a acabar.

Me pides que te escriba un texto, 
pero en su lugar haré cientos,
pero los próximos no serán en papel,
los próximos los trazaré sobre tu piel.
Y entre tu pelo.
Y en la línea de tu sonrisa cuando me miras.
Y en tus ojos cuando me besas.

Tal vez escribir textos no sea lo mío,
tal vez lo mio sea contar historias
y no puedo contar una que apenas acaba de comenzar.

domingo, 28 de febrero de 2021

El receptáculo

Me quedé mirando la tinta que sangraba sobre la mesa, no con vergüenza ni con preocupación, sino con la llana indiferencia de quien mira a la misma cama vacía noche tras noche.

Más por compromiso que otra cosa traté de limpiarla, logrando poco más que esparcirla de un lado a otro.

La grieta de mi pecho se había vuelto a abrir, y el pulsante vacío que contenía se seguía derramando. A pesar de mis esfuerzos la tinta lo fue cubriendo todo, tiñéndolo todo de soledad.

Me senté en el suelo suspirando, hay cosas contra las que no tiene sentido luchar. Cerré los ojos, pronto no habría nada que ver a mi alrededor.

Sabía que la tristeza no dejaría de manar hasta que lograse sellar de nuevo la grieta.

Traté de no pensar en el sabor a sangre que aún llenaba mi boca, o en que aún notaba la soga alrededor del cuello. Ni tan siquiera eso lograba hacer bien.


Estos pensamientos sólo lograron avivar el caudal de lágrimas, oscureciendo aún más el vacío en el que me encontraba. Apreté los puños, maldiciendo mi propia debilidad. Abrí los ojos, deseando que al hacerlo viese algo distinto, viese algo de luz, viese... algo. Pero no vi nada. No hay forma de escapar de mi oscuridad, tan solo puedo tratar de contenerla.

-He vuelto.- Me oí decir.

Nunca consigo alejarme demasiado tiempo. Esa oscuridad es lo único que jamás me abandona.

He pasado por ello mil veces, sé lo que hay que hacer. No puedes dispersar la oscuridad, no puedes vencerla ni huir de ella, sólo hay una cosa que hacer.

Aceptarla.

Inspiré, dejando que la tinta llenase mis pulmones, que la tristeza regresase al pozo de donde provenía. Tuve que volver a filtrarlo, claro. Reflexionar sobre cosas que inicialmente había enterrado sin más, recordar otras que llevaban mucho bajo tierra.

Tenía que aceptar el dolor, entender que formaba parte de mí.

No puedes vencer a un enemigo si no lo aceptas como tal. Yo no tenía (tengo) la fuerza para vencerla, pero sí para contenerla hasta que sea capaz de hacerlo.