El monstruo no cesa de mirarme.
La desagradable criatura de formas grotescas y perturbadoras me estudia con atención.
El miedo me mantiene inmóvil,
y a pesar de todo lo más aterrador no es su repugnante aspecto,
sino sus ojos.
Ese par de ojos que me miran con lástima,
que casi parecen tener piedad de mí.
Veo comprensión en esos ojos,
y una infinita tristeza mientras me contempla.
Y no lo entiendo.
Sigo sin saber cómo me encuentro en esa situación,
sigo sin asimilar la imagen frente a mí,
sigo sin concebir que lo que veo sea cierto.
La visión tortura mi mente,
que se debate entre lo que ve y lo que cree.
Lo que se alza ante mi vista no puede ser real,
pero ahí está, desafiando toda lógica.
Mi mente no aguanta más, y rompo a llorar, asustado.
Así que aparto la mirada del espejo:
hoy no me soporto.
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