jueves, 28 de febrero de 2019

Para siempre

Escapó del sueño bajo el peso de su cabeza en el pecho, sólo para descubrir cómo sus ojos le contemplaban en la oscuridad. Sin darse cuenta comenzó a acariciarle la cabeza, enredando los dedos en su pelo. En la intimidad del momento, ocultos en una oscuridad que les abrigaba del mundo deseó que ese momento durase para siempre.

Le observó mientras se duchaban, al tiempo que las notas de melancolía lo teñían todo del apagado color de la tristeza. Él, inmóvil, le observaba fijamente, como si quisiera asegurarse de captar hasta el último detalle. Cuando sus ojos se encontraron alzó la barbilla, pidiéndole un beso que acabó con un largo abrazo. Y de nuevo allí, sintiendo la calidez del contacto de su cuerpo, deseó que ese momento durase para siempre.

Le dio otro sorbo al café, con la vaga esperanza de que su calidez lograse aliviar la fría sensación que anidaba en su pecho. Pero no lo hizo. Le vio beber un trago de zumo mientras daba buena cuenta del desayuno. Siempre le había resultado curioso que tuviera apetito tan pronto por las mañanas, cuando él mismo era incapaz de probar bocado a tales horas. En aquél oasis de calma tensa, escondidos en una rutina que parecía diluir los problemas, deseó que ese momento durase para siempre.

Pero no duró para siempre.
Nunca lo hace, no es así como funcionan las cosas.
Le vio coger su bolsa y despedirse, tratando de de ocultar tras una mirada dura unas lágrimas que se descubrió a sí mismo derramando. Hasta ese momento no llegó a ser capaz de aceptar las consecuencias de la situación. No trató de retenerlo, sabía que no era una opción.

Al cerrar esa puerta, vio a una parte de sí mismo marcharse con él. Era capaz de localizar perfectamente la parte que faltaba, allí, en lo hondo de su pecho. Notaba los rebordes cortantes de su interior que dejaba su ausencia, y sabía que los mismos serían la causa de muchas futuras heridas.
El único alivio que fue capaz de encontrar en esos instantes es que, afortunadamente, ese momento tampoco duraría para siempre.

jueves, 21 de febrero de 2019

Futuro

Siempre me decían que no teníamos futuro.
Que no tenía futuro.
Ni contigo ni con nadie.

Supongo que tenían razón, no tenemos futuro,
no tengo futuro. Aún.
Porque esa es la maravilla del futuro, que no existe.

Así que me tomé al pie de la letra sus palabras
e hice del futuro que no tenía el presente que ahora vivo.

Seguimos sin tener futuro, claro,
pero eso no cambia nuestro presente juntos.
Y si el futuro se acaba tornando un presente que nos separe
seguirá sin haber nada que nos arrebate el pasado.

Porque no tengo futuro,
y eso me permite forjarme instante a instante mi presente,
y asegurarme un pasado digno de recordar.

lunes, 18 de febrero de 2019

Insignificante

Los nudillos vuelven a estrellarse contra el hormigón, refrescando la marca de la sangre. El ruido de los golpes podría resultar hasta rítmico. Los dientes apretándose antes de cada impacto, el pequeño quejido al lanzar el brazo. El respingo involuntario, cada vez más leve, cuando el dolor le recorría el cuerpo.
Se sentía ser veneno, corrompiendo todo a su alrededor. Sentía la podredumbre de su interior, borrando lo que antes había sido. Sentía la culpa y el remordimiento, susurrándole al oído.
Subió el volumen de la música, manchando el móvil en el proceso. Los auriculares retumbaban, en un esfuerzo por gritar más alto que sus pensamientos.
No tenía modo de huir del dolor que le atenazaba la garganta, o de hacer frente a la tristeza que anidaba en su pecho.

El dolor de las manos dejó de ser suficiente
Se puso en pie, temblando, más por los sentimientos incontenidos que por la lluvia que le acariciaba.
Caer en la cuenta de la lluvia logró distraerle un instante, el tiempo justo para que sus pensamientos pudiesen volver como un mazazo.
La sensación de insignificancia resultó tan abrumadora que una arcada le escaló la garganta.
-Maravilloso, ya no sólo me odio. Ahora también me doy asco.- Murmuró.
Respirar se volvió trabajoso y pesado a medida que la tristeza le robaba los motivos para hacerlo. Sintió como la vorágine de su pecho lo devoraba todo, llenándole del sangrante vacío que tanto conocía.

La insignificancia, no obstante, no desapareció. Tampoco lo hicieron la irrelevancia, la miseria, la impotencia... ni la culpa. La culpa por volver a no ser suficiente. La culpa por no valer nada. La culpa por haber vuelto a fallarse a si mismo.
Empuñando esto sentimientos, su mente comenzó a asaltarle.
Sin darse cuenta se encontró acurrucado en el suelo, tratando de protegerse de unos golpes que provenían de si mismo. Intentando refugiarse de un frío que nacía de su interior.
Allí quedó, indiferente a la oscuridad que le rodeaba, sin ser consciente de cómo le engullía.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Cansado

Estoy cansado.
Estoy cansado, y no hablo de tener sueño.

Hablo de enfrentarse a la marea mientras las olas me azotan
pugnándome por alcanzar un horizonte que sólo parece estar más lejos.
Hablo del tedio de ver como ocaso tras ocaso, lo único que cambia es la fecha,
y yo sigo atrapado siempre en el mismo sitio.
Siempre solo.

Ese cansancio que retiene en mi cama, no sólo mis sueños, sino también mis ilusiones.
Supongo que sabes de qué cansancio hablo.

Estoy cansado de estar cansado. De que el sueño meramente lo acreciente.
De dormir para huir de la vigilia. De no saber dónde refugiarme de un mundo que me agota.

Hablo del cansancio de mirar con desdén el rostro que se refleja en el espejo.
O de fustigarme por cada pequeño error como si una parte de mi creyese
que merezco sufrir.
Já. "Como", digo.
Hablo como si no conociese a esa parte de mí, como si ignorase que es la misma
que me empuja a escribir. A buscar redención en unas palabras que sangren lo que siento.

Hablo como si no me avergonzase de cada letra.
Como si no buscara el perdón.

Tengo que empezar a quererme, o terminar de morirme.
Pero sólo una de las dos, porque querer morirme está resultando horrible.

lunes, 11 de febrero de 2019

Esta noche

Esta noche la oscuridad no logra arroparme,
no porque yo desprenda luz alguna
sino porque mi piel se ha vuelto un lugar hostil.

Al bajar la mirada me sorprende la imagen de unas manos ensangretadas,
tardo unos instantes en darme cuenta que son las mías.
Cierro los ojos y me pregunto cuando me perdí tanto
que ya ni mi dolor puedo controlar.

La rabia me escala por la garganta,
y entre espasmos me arquea la espalda y me vacía el estómago.
No estoy seguro de si lloro, y mi cabeza no son más que un puñado de ideas inconexas.

El silencio a mi alrededor es un ruidoso zumbido del que no me sé despegar,
y aunque le detesto agradezco su constante compañía
porque incluso la música me abandona en mis momentos de necesidad.

Las piezas de mi cabeza comienzan a encajar y prefiero que no lo hubiesen hecho.
Cuando no sabes de dónde viene la tristeza al menos queda la esperanza de que desaparezca como apareció,
si llega a hacerse un nombre es más difícil librarse de ella.

Veo como mis manos gotean, y siento cómo el frío me sube por los brazos,
pronto se encontrará con el que albergo en mi pecho.

Inspiro con lentitud, tratando que la noche inunde mis pulmones,
suplicando por que me acepte y acoja.
Al final siento lo que creo que es su tacto, dándome cobijo una vez más.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Querernos juntos

Quiero que nos queramos juntos.
No hablo de quererte, porque ya te quiero.
Ni de que me quieras, porque ya lo haces.

Hablo de querernos juntos.
De quererme y que me quieras.
De quererte y que te quieras.

Quiero que aprendamos a querernos a nosotros mismos,
a querernos bien. A querernos felices.
A querernos sanos.
Y quiero que aprendamos juntos.

No por necesitarte, sé que tengo la fuerza para hacerlo solo.
Ni porque me necesites, tú tienes la fuerza para superarlo todo.
Simplemente porque la travesía parece más agradable a tu lado.

Quiero que nos queramos juntos.
Para poder querernos nosotros.
Quiero que nos queramos juntos.
Para hacerlo mejor cuando queramos a otros.

lunes, 4 de febrero de 2019

La tormenta

La tormenta en mi pecho comienza con una puerta cerrada en una prisión de costillas.
Con unos labios, que se sellan para contener en silencio un latido.

Es imposible disfrutar de la lluvia si las gotas golpean la cara interior del cristal.
Miras afuera y ves al sol brillar, mientras allí adentro el frío se ceba con tus miedos.
Me levanto y escucho como nadie llama a la puerta.
Salgo a pintar de nuevo la pared exterior, no vaya alguien a notar las humedades.
A mi regreso, el silencio.
Ese estruendoso silencio que taladra mis oídos, que secuestra mi sueño cada noche.
Y casi es mejor así.
¿Quién quiere soñar con el sol y despertarse empapado?
¿Quién querría soñar con las estrellas si al despertar todo son nubes?

Tal vez el problema no sea dormir. Tal vez el problema es despertar.
Despertar siendo un extraño en mi propio cuerpo,
un polizón en mi mente,
un proscrito en mi vida.

Supongo que al final el problema soy yo.
Soy yo el que llama a la tormenta, el que se moja y el que se hiela.
Soy yo el que sirve de alimento a los demonios que habitan en mis entrañas
y cuyos gritos son los truenos de mi tempestad.

La lluvia terminará por irse, o yo terminaré por ahogarme.
Sea como fuere, todo tiene un final.

Y nadie me ha de extrañar.