lunes, 18 de febrero de 2019

Insignificante

Los nudillos vuelven a estrellarse contra el hormigón, refrescando la marca de la sangre. El ruido de los golpes podría resultar hasta rítmico. Los dientes apretándose antes de cada impacto, el pequeño quejido al lanzar el brazo. El respingo involuntario, cada vez más leve, cuando el dolor le recorría el cuerpo.
Se sentía ser veneno, corrompiendo todo a su alrededor. Sentía la podredumbre de su interior, borrando lo que antes había sido. Sentía la culpa y el remordimiento, susurrándole al oído.
Subió el volumen de la música, manchando el móvil en el proceso. Los auriculares retumbaban, en un esfuerzo por gritar más alto que sus pensamientos.
No tenía modo de huir del dolor que le atenazaba la garganta, o de hacer frente a la tristeza que anidaba en su pecho.

El dolor de las manos dejó de ser suficiente
Se puso en pie, temblando, más por los sentimientos incontenidos que por la lluvia que le acariciaba.
Caer en la cuenta de la lluvia logró distraerle un instante, el tiempo justo para que sus pensamientos pudiesen volver como un mazazo.
La sensación de insignificancia resultó tan abrumadora que una arcada le escaló la garganta.
-Maravilloso, ya no sólo me odio. Ahora también me doy asco.- Murmuró.
Respirar se volvió trabajoso y pesado a medida que la tristeza le robaba los motivos para hacerlo. Sintió como la vorágine de su pecho lo devoraba todo, llenándole del sangrante vacío que tanto conocía.

La insignificancia, no obstante, no desapareció. Tampoco lo hicieron la irrelevancia, la miseria, la impotencia... ni la culpa. La culpa por volver a no ser suficiente. La culpa por no valer nada. La culpa por haber vuelto a fallarse a si mismo.
Empuñando esto sentimientos, su mente comenzó a asaltarle.
Sin darse cuenta se encontró acurrucado en el suelo, tratando de protegerse de unos golpes que provenían de si mismo. Intentando refugiarse de un frío que nacía de su interior.
Allí quedó, indiferente a la oscuridad que le rodeaba, sin ser consciente de cómo le engullía.

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