sábado, 5 de junio de 2021

Correo extraviado

Por un momento deja de juguetear con el bolígrafo que tiene entre las manos y alza la vista. Cuando sus miradas se encuentran abre la boca para hablar, pero se detiene instantáneamente. Se había planteado la situación tantas veces en su cabeza, se había imaginado tantas conversaciones, había preparado tantos discursos... Pero al final toda preparación le abandona, y queda a solas con la persona que tiene delante, los ojos que otean su alma, y lo que siente en su interior.

—¿Cosas bonitas?
Comienza a decir.
—¿Bonitas como tú?
Baja la vista, instintivamente, y vuelve a mirar sus manos, mientras comienza a jugar de nuevo con el bolígrafo.
—¿Como la forma en la que tus ojos se achinan al sonreír? ¿O cómo se me detiene el corazón cada vez que lo haces? Cosas bonitas, como la forma en la que te tapas la cara al hacerte un cumplido, o mi orgullosa sonrisa de bobo por hacerte ruborizar.
Algo bonito, como el orgullo que nace en mi pecho al verte disfrutar de algo que he escrito, o esos pequeños instantes en los que, a veces, al mirarme al espejo, veo a la persona que ves tú, y no la que mis inseguridades me hacen creer que soy.
Bonito como el valor que encuentro para sobrellevar el terror a perderte, porque jamás sería capaz de perdonarme el no darlo todo contigo. Bonito como el hecho de que no me sienta menos que tú, a pesar de lo mucho que te aprecie.
No se me da bien hablar de estas cosas. Supongo que me da miedo expresarlas, me hacen sentir vulenable. Me hacen sentir más vulnerable que expresar mi dolor. Pero tú lo haces más fácil. No fácil, pero sí un poco menos difícil. Colmas mi vida de cosas bonitas. Me haces a mí bonito.
Te tengo presente constantemente, no siempre estoy pensando en ti, pero nunca dejas de estar en mi mente. Eres, con diferencia, una de las personas más importantes de mi vida. Eres mucho más que eso...

Alza la vista, con la mirada vidriosa y los ojos húmedos. Su boca se tuerce en un gesto triste, melancólico. Duda de si seguir hablando. Sabe lo que va a decir a continuación pero no sabe si está preparado para ello.
—Te amo. Te amo como el mar ama a las nubes, que sabe que por lejos que estén el tiempo las acabará trayendo de vuelta, y espera pacientemente a la lluvia. Te amo con el cuidado con el que las olas acarician la orilla, que con movimiento cauteloso manifiestan algo inmeso e insondable. Te amo como el viento ama las hojas, que bailan a su paso y le hacen visible al mundo. Te amo como un brote ama al Sol, que lo busca para crecer y crece buscándolo.
Te amo. De una forma en la que todas las palabras que me vienen a la mente me quedan pequeñas.

De pronto parece caer en la cuenta de que se encuentra de pie, con los brazos extendidos, y que ha estado gesticulando enérgicamente durante esta última parte. Debería sentirse avergonzado, y tal vez lo haga, pero el alivio que siente eclipsa la vergüenza. Se deja caer sobre la silla, su boca dibuja una media sonrisa y comienza a llorar.
Las lágrimas caen a borbotones por su rostro. En ese momento ya ni siquiera le importa su respuesta, ha encontrado una victoria en lograr expresarlo, en lograr aflojar el nudo que había atado su pecho hace lo que parecía una eternidad.
Enredado en estos pensamientos, no se percata de cómo su mano se acerca hasta que al fin la siente acariciarle. Sus ojos vuelven a encontrarse, y de súbito recuerda dónde está, lo que acababa de ocurrir. No esperaba una respuesta, y menos aún la que obtiene.
Cuando las palabras llegan a sus oídos le suenan extrañas, irreales. La confusión se refleja en su rostro mientras trata de cerciorarse de que ha oído bien. Ella lo ve, así que sonríe y las repite:

—Te quiero.

sábado, 22 de mayo de 2021

Auto recordatorio

Escribe.
Que no te importe si es bien o mal.
Que no te importe si le gusta a nadie,
ni tan siquiera a ti.
No escribas para que te lean.
No escribas para disfrutar del restultado,
o para que otros disfruten del restultado,
o siquiera para que exista un resultado.
No es necesario ni que termines lo que escribes.
No escribas para llegar a un producto terminado.
Escribe por impulsos,
o hazlo de forma metódica.
Escribe lo que te ha sucedido en tu día,
o lo que te gustaría que ocurriese.
Escribe lo que sientes, 
o lo que sueñas,
o lo que temes.
No escribas porque nadie te lo pida,
ni tan siquiera yo.
No escribas con ningún propósito más allá de escribir.
Escribe por escribir,
por el placer de hacerlo.
Escribe para hacerlo un hábito,
para estar preparado cuando tengas algo que contar.
Escribe para impedir que todas esas cosas mueran en tu interior.
Escribe todos los días, o cada dos
o una vez a la semana,
o al mes,
pero hazlo.

Escribe, por favor.
Para que la pluma contra el papel acallen el ensordecedor silencio.
Para que el sonido de las teclas superen los gritos de tu mente.
Escribe.

Seguir vivo

¿Quiero seguir vivo? 
Me hago esta pregunta más a menudo de lo que me gustaría reconocer. Hay días buenos en los que la respuesta es fácil. Días en los que me vienen instantáneamente a la cabeza docenas de razones por las que quiero seguir adelante. Hay otros días que es más difícil. Días en los que me cuesta encontrar un par de motivos, e incluso estos parecen palidecer como si fuesen a esfumarse si los observase demasiado.
Hubo un tiempo en el que ni tan siquiera llegaba a tanto. Día tras día la respuesta era una rotunda negativa y, por más que buscase (y creedme que lo hacía), no encontraba el más mínimo motivo. Aún tengo días de esos de vez en cuando. Por suerte no es igual. Por suerte es uno o dos días aislados que quedan olvidados y enterrados entre los demás. 
Pero cada vez que llega uno de esos días, cada vez que soy incapaz de responder afirmativamente a esa pregunta, me acuerdo de hacerme otra. Una que ya no me falla nunca.

Y es que no quiero morir.
Tal vez no parezca mucho, pero para mí es un mundo, y recordar este avance es lo que me anima a seguir un día más.

sábado, 15 de mayo de 2021

A quien le corresponda

A quien le corresponda,

    Cuando piensas en quién eres, te pueden venir un montón de cosas distintas a la mente. Te puede venir tu oficio, te pueden venir tus aficiones, tus estudios, tus formas de expresarte. Tal vez en lugar de eso pienses en el lugar donde vives, o en tu familia, tu etnia o tu herencia sanguínea. Tal vez sencillamente pienses en tu nombre, y en los eventos más relevantes que han condicionado tu vida. O, tal vez, lo que te venga a la mente sean tus trastornos. 
Como jugador de rol, siempre he defendido que las limitaciones y los defectos de un personaje lo definen más que sus virtudes, lo humanizan y lo dotan de identidad. Supongo que tal vez ahí se encuentre el pensamiento subyacente que me fuerce a definirme a través de mis trastornos. "No eres tus trastornos" es un mantra que repito decenas y cientos de veces, trato de hacerle ver a otras personas en mi situación que son la persona que padece la enfermedad y no la enfermedad en sí, que su identidad no está más definida por ella de lo que lo está por la ropa que lleve puesta y que, igual que la misma, no dura para siempre. Creo que es importante asimilar que eres una entidad por derecho propio y que tus circunstancias pueden cambiar. Que las enfermedades, los trastornos, los traumas, se combaten y se superan. 
Es cierto que al final siempre dejarán marca en ti, pero también lo hacen todas las cosas que vives: Una vez escuchaste una canción con una palabra que no conocías y aprendiste gracias a ella. La canción ha quedado atrás, puede que ya ni la recuerdes, pero la palabra ha pasado a formar parte de tu vocabulario y no por ello te definirías a través de esa canción.

Esa es la teoría, claro, la práctica es bastante más complicada. En la práctica, ves día tras día cómo tus trastornos afecta a tu vida, a tus relaciones, a tu bienestar. Día tras día ves todas esas cosas que no puedes hacer debido a ellos o, peor, que puedes hacer pero no eres capaz de disfrutar. Cuando ves el mundo a través de la distorsión de un trastorno cuesta recordar, o siquiera creer, que no es su verdadera forma. Cuando el trastorno se siente tan tuyo como tus pulmones y tus entrañas, cuesta creer que no lo sea. 

Supongo que por eso me esfuerzo tanto en hacérselo ver a otra gente. Por eso trato de ayudar a los demás, no siento que yo tenga salvación, pero tal vez pueda ayudar a otra persona a alcanzarla. Tal vez por eso disfruto tanto de ver a la gente sanar, porque creo que algún día, esa persona seré yo.

martes, 11 de mayo de 2021

La inmensidad

Es curioso ¿no? Todo el mundo sabe lo que es el desierto o el mar. Todo el mundo ha oído hablar de lo vasto de su extensión e incluso algunos los hemos transitado. Pero he de decir que nada te prepara para cuando estás realmente ahí. 
No hablo de realizar un viaje en barco, con otros pasajeros y una tripulación preparada, que ha logrado a fuerza del uso y la costumbre tornar el océano en un mero paisaje; ni de realizar una travesía en una caravana acompañado de gente capaz de leer las estrellas como si de un mapa se tratasen y que te aportan tantas o más comodidades de las que tendrías en una aldea cualquiera. 
He pasado por esas cosas antes, y entonces creía comprender la inmensidad, pero lo cierto es que no era así. En todos esos casos yo no me encontraba en el mar ni en el desierto, yo me encontraba en un pequeño refugio con un bonito decorado. 
No corría riesgo alguno, no tenía nada que temer, no tenía que preocuparme por la inmensidad.
No tenía que sobrevivir a ella.

Ahora me encuentro solo, en medio de un mar de arena. Sin saber en qué dirección tengo que avanzar ni cuanto tiempo he de hacerlo. No sé cuánto me durarán los víveres, o cuanto podré seguir una vez se acaben. Cada mañana el frío viento nocturno ha borrado mis huellas y cambiado el paisaje. No tengo claro cuán lejos logro llegar cada día, y estoy comenzando a perder la noción del tiempo.

Resulta sorprendete que, a pesar de la aridez del paisaje, a pesar de lo extremo de la situación y de los evidentes riesgos más acuciantes (agua, comida, refugio, etc) la mayor dificultad que estoy encontrando no viene de fuera, sino de dentro. 
El agua terminará por acabarse, y lo mismo sucederá con la comida y con mis propias fuerzas, podré encontrar o no el camino y alcanzar un lugar seguro, sobre todas estas cosas no puedo influír. Sobre lo que sí tengo poder es sobre lo que sucede en mi cabeza, a dónde se dirige mi mente, y los pensamientos que la pueblan. Al final del día, cuánto he logrado o no avanzar no lo determian mis pobres piernas, sino mi determinación y convicción. A pesar de lo que podría parecer, la mayor parte de la prueba está en mi interior.
Es posible que, a pesar de todo e incluso si logro mantener mi tenacidad y convicción, mi condena ya esté dictada y el esfuerzo sea en vano, pero esto sólo es otra quimera con la que combatir en mi mente. 
Rendirme habiendo una posible salvación sería entregarme a mí mismo a la muerte, mientras que seguir adelante ante un destino sellado no cambiaría gran cosa. 

Es curioso ¿no? Todo el mundo conoce el peligro del desierto o el mar. Todo el mundo ha oído hablar de caravanas perdidas o pecios naufragados, e incluso algunos los hemos contemplado. Pero nada te prepara para el peligro de la verdadera inmensidad, la que provoca en tu mente la soledad.

viernes, 23 de abril de 2021

El texto

Me pides que te escriba un texto.
Y lo entiendo, se supone que esto es lo mío. 
Es lo que hago, escribo textos.
Lo he hecho muchas otras veces, y no debería ser un problema.
Entonces, ¿por qué lo es?

Cuando escribo normalmente estoy tratando de verbalizar emociones reprimidas.
Estoy intentando dar forma a un dolor, o una esperanza muda que no logro identificar.
Pero ¿cómo voy a tener emociones reprimidas si te lo digo todo?
Si contigo no me reprimo, si contigo las palabras fluyen como la corriente de un río.

Cuando escribo normalmente tengo algo que contar.
Pero ¿qué tengo que contar que no sepas ya?
Si te digo los sentimientos que me brotan en el pecho tal cual me nacen.

Me pides que te escriba un texto.
Y lo entiendo, se supone que es lo mío.
Es lo que hago, te escribo textos.
Lo hago continuamente, cada vez que hablamos y te digo lo que siento.
¿Por qué iba esto a ser diferente?

Me pides que te escriba un texto,
y no eres consciente que lo que estoy escribiendo es una historia.
Una que empezó cuando nos conocimos, y que no sé cuándo va a acabar.

Me pides que te escriba un texto, 
pero en su lugar haré cientos,
pero los próximos no serán en papel,
los próximos los trazaré sobre tu piel.
Y entre tu pelo.
Y en la línea de tu sonrisa cuando me miras.
Y en tus ojos cuando me besas.

Tal vez escribir textos no sea lo mío,
tal vez lo mio sea contar historias
y no puedo contar una que apenas acaba de comenzar.

domingo, 28 de febrero de 2021

El receptáculo

Me quedé mirando la tinta que sangraba sobre la mesa, no con vergüenza ni con preocupación, sino con la llana indiferencia de quien mira a la misma cama vacía noche tras noche.

Más por compromiso que otra cosa traté de limpiarla, logrando poco más que esparcirla de un lado a otro.

La grieta de mi pecho se había vuelto a abrir, y el pulsante vacío que contenía se seguía derramando. A pesar de mis esfuerzos la tinta lo fue cubriendo todo, tiñéndolo todo de soledad.

Me senté en el suelo suspirando, hay cosas contra las que no tiene sentido luchar. Cerré los ojos, pronto no habría nada que ver a mi alrededor.

Sabía que la tristeza no dejaría de manar hasta que lograse sellar de nuevo la grieta.

Traté de no pensar en el sabor a sangre que aún llenaba mi boca, o en que aún notaba la soga alrededor del cuello. Ni tan siquiera eso lograba hacer bien.


Estos pensamientos sólo lograron avivar el caudal de lágrimas, oscureciendo aún más el vacío en el que me encontraba. Apreté los puños, maldiciendo mi propia debilidad. Abrí los ojos, deseando que al hacerlo viese algo distinto, viese algo de luz, viese... algo. Pero no vi nada. No hay forma de escapar de mi oscuridad, tan solo puedo tratar de contenerla.

-He vuelto.- Me oí decir.

Nunca consigo alejarme demasiado tiempo. Esa oscuridad es lo único que jamás me abandona.

He pasado por ello mil veces, sé lo que hay que hacer. No puedes dispersar la oscuridad, no puedes vencerla ni huir de ella, sólo hay una cosa que hacer.

Aceptarla.

Inspiré, dejando que la tinta llenase mis pulmones, que la tristeza regresase al pozo de donde provenía. Tuve que volver a filtrarlo, claro. Reflexionar sobre cosas que inicialmente había enterrado sin más, recordar otras que llevaban mucho bajo tierra.

Tenía que aceptar el dolor, entender que formaba parte de mí.

No puedes vencer a un enemigo si no lo aceptas como tal. Yo no tenía (tengo) la fuerza para vencerla, pero sí para contenerla hasta que sea capaz de hacerlo.

La clave de la eternidad

Amaneció, de nuevo sin sol. Le hacía gracia cómo en invierno, en ocasiones, al Sol se le olvidaba salir. Después de levantarse y estirarse, decidió encargarse de ello tan pronto como tuviera su café.

Comenzó a caminar entre el cielo estrellado mientras a su alrededor se iban formando paredes y muebles. Tomó una taza de un armario mientras se concentraba en recordar el sabor de un café que había tomado tiempo atrás. Tenía un gusto suave y muy aromático, llevaba un poco de cacao amargo y una pizca de canela. Tomó un sorbo de la taza, esbozando una sonrisa de satisfacción al comprobar como el cacao y la canela potenciaban el sabor del café.

                -La clave de la omnipotencia es saber disfrutar de los pequeños detalles. Si no se te va la cabeza.- Recitó, recordando las palabras que Fault siempre decía.

Dejó la taza en la encimera mientras miraba al infinito, se crujió los nudillos, estiró la espalda, y mientras se enredaba una mano entre sus cabellos cerró los ojos y buscó. Lo primero que sintió fue el infinito lleno de estrellas de su interior, después su conciencia se expandió fuera de él y fueron apareciendo cosas. La taza como un concepto simple, el café hecho de recuerdos, la cocina compuesta esencialmente de fuerza ontológica… Más allá estaba el enorme vacío compuesto de duda, pintado de estrellas y, donde acababa, se encontraban las cosas que eran. Dentro de todas esas cosas la que ahora le atañía era el inmenso orbe de fuego y llamas que había decidido no salir, impidiendo que el tiempo allí afuera avanzase. El problema de las cosas que eran es que estaban ancladas a paradigmas así que cuando estos no se cumplían… bueno, no podían no cumplirse, por eso eran paradigmas, ¿no? Su trabajo sería mucho más sencillo si la realidad se comportase tal y como se supone que había de comportarse, pero eso también lo habría hecho insufriblemente aburrido.

De modo que centró su atención en el sol y acarició suavemente la conciencia que allí habitaba. No envidiaba en absoluto su fortuna, pues no quería ni comenzar a imaginar cómo habría de ser para alguien de los suyos estar atado a una cosa que es, especialmente una anclada por tantos paradigmas. La conciencia atada al sol fue despertando poco a poco pero, incluso cuando estuvo plenamente despejada seguía habiendo cierto sopor en ella. No era algo que le fuese ajeno, lo había observado otras veces en más consciencias que pasaban demasiado tiempo atadas a cosas que eran. Habría deseado poder librar a aquella consciencia de su ardua condena, pero era casi imposible modificar tantos paradigmas como para que las cosas que eran pudieran llegar a asumir la desaparición del sol. Así que, con resignación optó por permitir que de tanto en tanto aquella consciencia descansase de existir un poco más de lo habitual, al fin y al cabo ¿qué mal podía hacer dilatar un poco el tiempo aquí y allá?

Cuando volvió en sí el sol ya había comenzado a salir. Trató de alejar los pensamientos lúgubres que le producía el pesar que había sentido al acariciar aquella otra consciencia, pero le resultó imposible disfrutar del café, que ahora se le agriaba en la boca al mirar la bucólica escena que presentaba el amanecer en la distancia.

Descartó el café, la taza y toda la cocina, necesitaba espacio. Sentía su respiración acelerarse, los pensamientos bombardearle incesantemente la cabeza, la eternidad le resultaba opresiva y le faltaba el aire en unos pulmones que no existían. Necesitaba algo a lo que aferrarse pero su mente no lograba adherirse a nada el tiempo suficiente. Quería gritar pero no recordaba cómo hacerlo, quería echar a correr pero carecía de forma, de piernas o de suelo sobre el que desplazarse. La prisión que su propio terror estaba construyendo le oprimía cada vez más, quiso pedir ayuda, pero no sabía con seguridad si lo hacía o tan solo lo imaginaba.

                -¿Cvstodia?-

La voz retumbó en su interior. Esta vez era su conciencia la que era acariciada desde el exterior. Aquella pregunta, más cercana a un ruego, fue el soporte al que asirse y para salir de su asfixiante cárcel.

                -No sabía con seguridad si me habías llamado, así que vine a verte.-

La voz de Fault era tranquila y conciliadora, pero en su mirada se reflejaba una sombra de preocupación. Se acercó lentamente, como si temiese que fuese a caer de nuevo presa de sus pensamientos, mientras le seguía hablando con voz suave y calma.

                -He llegado hace poco, estaba de visita en el mundo material, viendo cómo andan las cosas por allí. Ya sabes, he de seguir al día.-

Fault pasaba con regularidad tiempo con las cosas que eran, viendo cómo crecían y avanzaban, como cambiaban sus costumbres… Cuando lo hacía solía traer siempre conceptos e ideas nuevas. Decía que las cosas que eran tenían mucho ingenio para crear, dadas sus evidentes limitaciones.

                -Puedo hablarte de mi periplo, si quieres.- Dijo esbozando una amplia sonrisa.

Cvstodia asintió, y Fault le ayudó a levantarse. Fault había adoptado una forma definida, es algo que solía hacer, especialmente cuando había estado visitando a las cosas que eran. Vestía un bosque de un profundo color verde en el cabello y el oscuro mar en la piel. Lo cierto es que la forma escogida por Fault presentaba un aspecto magnífico y elaborado que hacía que Cvstodia se avergonzase un poco de la suya.

Fault pasó largo tiempo hablando de su estancia entre las cosas que eran. Cuando narraba las historias, siempre sonaban como grandes anécdotas llenas de momentos preciosos, aprendizaje y descubrimiento, pero no podía ser así. Las historias de Fault siempre obviaban la condena de estar forzado a una existencia singular y definida, sin poder mutar, sin apenas cambio, alejado de las infinitas posibilidades de la dualidad y la potencia indefinida. Si acaso, Fault hacía ver esto como una ventaja. Estas limitaciones, decía, te forzaban a encontrar vías alternativas para enfrentarte a las adversidades y es lo que encaminaba a los descubrimientos que luego traía de vuelta.

                -Deberías probarlo, de verdad. Te vendría bien pasar algún tiempo en el mundo material. Te encantó cuando te traje café, y desde que te hablé de los amaneceres me consta que tienes costumbre de contemplarlos.-

Este último comentario hizo que un escalofrío recorriese la espalda de Cvstodia y su mente se dispuso a vagar de nuevo por los pensamientos de hacía un rato. Se llevó la mano a la cabeza y enredó los dedos por los cabellos de niebla tejida. Fault se dio cuenta al instante y le trajo de vuelta.  

                -Hay infinidad de cosas que probar y sentir. Podrías pasar un tiempo allí y regresar cargado de recuerdos. Es bueno cambiar de aires de tanto en cuanto. La clave de la omnipotencia…-

                -Es saber disfrutar de los pequeños detalles.- Interrumpió Cvstodia. -Lo sé.-

                -Si no se te va la cabeza.- Remató Fault con una radiante sonrisa de perlas de mar.

                -Pero… las cosas allí son tan… inmutables. Son. No pueden ser, no hay ambigüedades, sencillamente son. ¿Y si acabo atado a algún paradigma y luego no soy capaz de regresar? ¿Y si luego ni tan siquiera podéis encontrar mi conciencia y paso el resto de la eternidad como… como…?- No pudo acabar la frase, su mente viajó inevitablemente al sol y a la conciencia allí prisionera.

                -No va a suceder. Créeme. He estado cientos de veces, encarnarte en una criatura mortal hace casi imposible que te ate un paradigma. E incluso si sucediese, basta con que te des cuenta lo suficientemente pronto como para poder modificar el paradigma antes de que sea demasiado fuerte.-

Los ojos de Fault estaban clavados en los suyos, llenos de ternura pero también de severidad. Tenía plena confianza en lo que decía, y Cvstodia sabía que acabaría con todos los paradigmas uno a uno si fuera necesario. Fault tenía ese poder. Fault tenía esa convicción. Sabía que no había nada, existente o por existir, que pudiera alejarle de Cvstodia demasiado tiempo. Y en ese momento, Cvstodia también lo sabía.

                -Piénsatelo Cvstodia. No hace falta que estés mucho, encárnate un solo ciclo vital y quizás te sorprenda ver que, incluso allí, hay más dualidad y ambigüedad de la que te pueda parecer.- Se puso en pie y comenzó a caminar mientras decía esto último.

                -¿Te marchas ya?- Preguntó Cvstodia, rogando en silencio que no fuese así.

                -No, pero es tarde, así que iba a proyectar una cama. Sólo te he contado las aventuras de mis descubrimientos, ahora quiero enseñártelos.-

Fault fue compartiendo recuerdos con calma, permitiendo que Cvstodia los analizase en detalle para que luego fuese capaz de forjar los propios. El proceso podía ser extremadamente tedioso, pero para ellos fue una experiencia cargada de complicidad. La noche estaba bien entrada cuando Fault decidió que ya no quedaban recuerdos importantes que compartir y que era hora de compartir experiencias. Esto era algo mucho más íntimo y menos común que compartir recuerdos. Abandonaron sus formas definidas y se entremezclaron. Durante ese tiempo, no existían Fault ni Cvstodia, eran algo más complejo, y si sus consciencias no hubieran sido tan afines, habría sido inviable mantenerlo más de unos instantes. En ese estado las sensaciones, las vivencias, los sentimientos, eran compartidos por ambos. Así Cvstodia pudo vivir las experiencias más valiosas de Fault durante su último viaje y Fault pudo comprender lo que había atemorizado a Cvstodia antes de su llegada.

Para cuando llegó el alba muchas otras cosas habían sido compartidas y ambos se sentían más plenos. Fault se despidió y se marchó, no sin antes hacerle prometer a Cvstodia que pensaría acerca de viajar a las cosas que eran. Cvstodia extrañó su presencia al instante, pero había hecho una promesa y tenía toda la intención de cumplirla, de modo que acomodó la realidad a su alrededor a un espacio que le permitiese serenarse y reflexionar con comodidad.

Su largo debate interno fue menos interno de lo que cabría esperar. En una sala vagamente iluminada por las estrellas, dos figuras debatían acaloradamente. Ambas correspondían a Cvstodia, cada una de las cuales defendía una de las posturas ante la propuesta de Fault. No fue una decisión fácil. Ni rápida. Había pocas cosas a las que Cvstodia temiese, pero el cautiverio era una de ellas. Al final de la discusión, sólo quedaba una de las dos figuras, exhausta por el esfuerzo. Cvstodia se puso en pie, y de forma trabajosa fue caminando mientras la sala cambiaba a su alrededor. La iluminación aumentó, y el paisaje pasó a reflejar una serena calma que Cvstodia apenas lograba aparentar. Se llevó una mano a la cabeza, enredando unos dedos de piel negra de carbón en su cabello de bruma tejida. Se planteó la lamentable imagen que debía estar dando, y agradeció que Fault ya no se encontrase allí. Su debate había concluido que coincidía con Fault, pero la victoria había sido pírrica. En el último momento, mientras la balanza no terminaba de inclinarse hacia ninguno de los bandos, Cvstodia había caído en la cuenta de una terrible verdad. En su pánico al encierro, en su terror a la determinación, había acabado por recluirse. No accediendo nunca a las cosas que eran, no adquiriendo nuevas ideas o recuerdos que no le fuesen compartidas por otras consciencias que sí se habían atrevido a realizar el viaje se estaba atando. No era el inmovilismo de una cosa que está condenada a ser, era la inacción de una entidad en plena potencia, con infinidad de caminos que tomar, que no tomando ninguno de ellos acababa por ser menos que algo condenado a ser sólo una cosa. Éste había sido un doloroso descubrimiento. Su pánico limitaba su crecimiento. Al no mutar, al mantener todas las opciones abiertas en todo momento no estaba maximizando su potencial de cambio, lo estaba anulando.

Cvstodia lloró amargas lágrimas pensando en ello, pero esta vez no dejó que esa tristeza le incapacitase. Había tomado una decisión, y la llevaría a cabo antes de tener tiempo para arrepentirse. Aún quedaba mucho que reflexionar sobre su descubrimiento, pero tendría tiempo para hacerlo junto a las cosas que son. Así pues definió su forma, cerró los ojos y se concentró. Esta vez no proyectó su consciencia como había realizado tantas veces antes, esta vez viajó con ella, llevando todo el resto de lo que le definía tras de sí. Abandonó el inmenso vacío compuesto por la duda y alcanzó el espacio material. Las vistas desde luego eran dignas de contemplar, pero no se permitió recrearse ni un instante, no quería dejarle espacio a la duda. Así pues descendió a toda velocidad mientras, a su alrededor, todo se iba oscureciendo. Llegado cierto momento no supo si había dejado de ver o sencillamente había abandonado la consciencia. No tuvo mucho tiempo para pensarlo, pues acabó cayendo presa del velo.

Se despertó antes de que amaneciese. Ante sus ojos se desplegaba un paisaje que le era desconocido e, instintivamente, trató de modificar la realidad que le rodeaba. Evidentemente no hubo resultado. Tardó unos instantes en caer en la cuenta de lo que ocurría. Sentía frío en la piel, dolor en los músculos y humedad en la parte posterior del cuerpo. Sus manos, aún en el suelo, aferraron lo que supuso que sería hierba y, al inspirar, los aromas de un centenar de plantas le inundaron. Había compartido las experiencias de Fault, pero vivirlas de primera mano era aún más sorprendente. Todas las cosas estaban definidas, con sus pequeños matices. Todo poseía una enorme carga de información. Todo era y, por algún motivo, en ese momento le pareció maravilloso.

Se puso en pie, sin saber muy bien a dónde ir, pero con la determinación de comenzar su viaje. Una sonrisa surcó su rostro.

                -Fault, cuando me hablabas de los pequeños detalles, no esperaba que este lugar estuviera compuesto de tantos.-

Lara

TW: Autolesión


Una taza voló donde hacía unos instantes había estado su cabeza, estrellándose contra la pared de detrás. Casi se arrepintió de haberla esquivado.

-¡No puedo creerme que me hayas ocultado algo así!- Gritó ella -¡Se supone que confiábamos el uno en el otro! ¡Que nos contábamos las cosas!- Le dolió, porque sabía que tenía razón, sabía que debería habérselo dicho antes. Pero su tozudez le hizo responder.

-¿Y qué esperabas?¿Que me presentase diciendo "¡Hola! Soy Allaren y sufro de  depresión. Además me autolesiono desde los 14 años."?-

-No, ¡pero podrías habérmelo contado en algún momento!-

-Claro, porque nunca te lo di a entender, ¿verdad? nunca entendiste ninguna de las insinuaciones y tus radicales cambios de tema eran casuales ¿cierto? No querías saberlo, tenías tanto miedo a oírlo como yo a contarlo.- Le espetó. 

Tardó en arrepentirse de sus palabras lo mismo que en ver su cara.

-Lara... lo siento, no quería decir lo que he dicho... no estaba pensando...-

-No, estabas sintiendo.- Le cortó

Ella se sentó en el suelo, abrazándose las piernas y ocultando su rostro. La postura de él se relajó mientras su enfado era sustituido por preocupación.

Se acercó a abrazarla, aún temiendo que ella rehuyese su contacto, pero en su lugar le correspondió.

-Lo siento de veras, Lara- Susurró -Tendría que habértelo dicho.-

-Sí.- Dijo entre sollozos -Deberías.-


Sintió el calor del té extendiéndose por su pecho, y tomó otro sorbo. Había accedido a responder todas las preguntas que ella quisiera hacerle, pero seguía resultándole duro.

-¿Y qué haces? ¿te cortas las muñecas?-

-Hacía.- Puntualizó -Y... no, las muñecas son muy llamativas... ¿realmente quieres saber esto?-

-Quiero volver a confiar en ti, y para ello necesito saber que no me ocultas cosas importantes... cosas relacionadas con tu salud y tu bienestar.- Esta última parte fue poco más que un susurro.

Allaren suspiró antes de seguir.- Las muñecas eran muy superficiales para evitar dejar marcas, así que pronto fueron insuficientes. Primero pasé a cortarme en lugares menos visibles. Luego acabé por encontrar otras formas de autolesionarme, formas que no dejasen marcas difíciles de justificar. Internet y Hollywood tienen un montón de propuestas ingeniosas, dale las gracias a la romantización de estas cosas.-

-Creo que no necesito más detalles.- Dijo Lara

La parte oscura de Allaren, la que dolía, le instó a seguir con los detalles mórbidos, pero hizo caso omiso.

Aún se sentía inundado por la culpa.

-Nunca debería haberte hecho esto.- Dijo al fin.

-¿Hacer qué?- Preguntó ella 

-Entrar en tu vida, convertirme en otra carga para ti... haberte dejado quererme.

-Eso es una estupidez.-

-Lo digo en serio, nadie más que yo debería cargar con mis demonios. Son mi maldición y mi responsabilidad. Compartirlo con otra persona es de cobarde.

-¿Cobarde? ¿Sabes lo que es de cobarde? Negarte a hacer frente a tus problemas, mitificándolos, y pensar que la solución reside en impedir que la gente entre en tu vida. U ocultarle a la gente importante para ti tu malestar o que necesitas ayuda.-

-Lo sé pero...-

-¿Pero?- Le interrumpió

-Pero no comprendes lo que es sentir una oscuridad en tu interior tan inmensa... tan vasta y profunda como el propio mar. Convertirte en lo que más odias y odiarte por ello...

-Cállate.-

-¿Qué?- Preguntó anonadado

-Deja de autolamentarte. Deja de regodearte en tu propia miseria. Deja de hacerte daño de este modo. Por favor-

Allaren vio como la rabia y la impotencia apretaban los puños de Lara, como las lágrimas nublaban su vista, como el dolor torcía su gesto.

Y se vio a si mismo.

La abrazó. La abrazó con fuerza dejando que su calor se llevase el frío de su pecho.

La abrazó hasta que el dolor desapareció y sus demonios fueron insignificantes.

Y se prometió no volver a hacerle daño