viernes, 22 de marzo de 2019

La criatura

El monstruo no cesa de mirarme.
La desagradable criatura de formas grotescas y perturbadoras me estudia con atención.
El miedo me mantiene inmóvil,
y a pesar de todo lo más aterrador no es su repugnante aspecto,
sino sus ojos.
Ese par de ojos que me miran con lástima,
que casi parecen tener piedad de mí.
Veo comprensión en esos ojos,
y una infinita tristeza mientras me contempla.
Y no lo entiendo.

Sigo sin saber cómo me encuentro en esa situación,
sigo sin asimilar la imagen frente a mí,
sigo sin concebir que lo que veo sea cierto.

La visión tortura mi mente,
que se debate entre lo que ve y lo que cree.
Lo que se alza ante mi vista no puede ser real,
pero ahí está, desafiando toda lógica.

Mi mente no aguanta más, y rompo a llorar, asustado.
Así que aparto la mirada del espejo:
hoy no me soporto.

jueves, 14 de marzo de 2019

Gracias por intentarlo

Estuviste a punto de salvarme,
realmente cerca.
Pero, en última instancia, la única persona capaz de hacerlo era yo.

No fue un momento agradable,
caer en la cuenta de que nadie iba a rescatarme
que aunque quisieran no podrían.

Superado el terror, me puse a buscar el camino a la expiación.
Comencé a ascender hacia mi propia salvación,
pero siempre acabo fallando a todo el mundo
y yo mismo no iba a ser una excepción.
Y todo acabó como siempre:
decepción.

La caída fue, como cabría suponer,
horrible.
No obstante, en el descenso, encontré una inesperada paz.
La calma de la certeza.
Por terrible que sea el desenlace, conocerlo transmite seguridad.
Y ahora, conociendo el final, sólo resta esperar.

No estés triste:
hay cosas que no se pueden remediar.
Ni siquiera tú puedes evitar que la ola termine rompiendo en la costa.
No importa lo mucho que alargues el día, la noche siempre acaba llegando.
Así que déjalo estar.

La certeza de lo inevitable es lo que nos hace disfrutar de lo efímero.
Déjame ser bello. Déjame ser efímero.

martes, 5 de marzo de 2019

Quedarse atrás

-¿Has terminado ya la maleta?-
La pregunta me cogió por sorpresa.
-¿Acaso crees que no me daría cuenta de que te estás preparando para irte?-
-No, para irme no. Eres lo que más aprecio en mi vida, creo que ni aunque me hicieses tanto mal como bien me has hecho ya sería capaz de marcharme-
-¿Entonces?-
Tomé aire.
-Entonces me preparo para cuando me dejes atrás.-
-Yo no voy a...-
-No digo que sea intencionadamente.- Le interrumpí. -Pero ya no me veo en tu vida y no soy capaz de encontrarme en tu futuro. No te culpo. No creo que sea culpa de nadie, pero vas a un lugar al que no soy capaz de seguirte. Tú necesitas echar a correr, y yo tengo ambas piernas rotas. Yo me niego a retenerte y tú no puedes arrastrarme siempre. Así que me preparo para cuando me quede atrás.-
Apartó la vista y agachó la cabeza.
-Escucha...- Su voz era tenue y temblorosa -Yo no quiero dejarte atrás.-
-Lo sé, pero en ocasiones tenemos que hacer cosas que no queremos, y tú necesitas seguir adelante.-
Alzó una mano hacia mí, y yo alcé la mía a su encuentro. Temblaba levemente, y no me sorprendió descubrir que lloraba, al fin y al cabo, yo hacía lo propio.
-Te voy a extrañar.- Me dijo. -Va a ser extraño no tenerte aquí.-
-No por mucho, descuida. Antes de que te des cuenta ya ni te acordarás de mí.-
Vi el reproche en sus ojos, pero no me discutió. No era el momento.

Alejó la mano del espejo y emprendió su marcha, dejándome en el lado equivocado del cristal. En el fondo siempre supe que acabaría quedándome atrás, pero eso no lo hacía más fácil. Hay partes de uno mismo que hay que abandonar, y esta vez, esa parte era yo.

jueves, 28 de febrero de 2019

Para siempre

Escapó del sueño bajo el peso de su cabeza en el pecho, sólo para descubrir cómo sus ojos le contemplaban en la oscuridad. Sin darse cuenta comenzó a acariciarle la cabeza, enredando los dedos en su pelo. En la intimidad del momento, ocultos en una oscuridad que les abrigaba del mundo deseó que ese momento durase para siempre.

Le observó mientras se duchaban, al tiempo que las notas de melancolía lo teñían todo del apagado color de la tristeza. Él, inmóvil, le observaba fijamente, como si quisiera asegurarse de captar hasta el último detalle. Cuando sus ojos se encontraron alzó la barbilla, pidiéndole un beso que acabó con un largo abrazo. Y de nuevo allí, sintiendo la calidez del contacto de su cuerpo, deseó que ese momento durase para siempre.

Le dio otro sorbo al café, con la vaga esperanza de que su calidez lograse aliviar la fría sensación que anidaba en su pecho. Pero no lo hizo. Le vio beber un trago de zumo mientras daba buena cuenta del desayuno. Siempre le había resultado curioso que tuviera apetito tan pronto por las mañanas, cuando él mismo era incapaz de probar bocado a tales horas. En aquél oasis de calma tensa, escondidos en una rutina que parecía diluir los problemas, deseó que ese momento durase para siempre.

Pero no duró para siempre.
Nunca lo hace, no es así como funcionan las cosas.
Le vio coger su bolsa y despedirse, tratando de de ocultar tras una mirada dura unas lágrimas que se descubrió a sí mismo derramando. Hasta ese momento no llegó a ser capaz de aceptar las consecuencias de la situación. No trató de retenerlo, sabía que no era una opción.

Al cerrar esa puerta, vio a una parte de sí mismo marcharse con él. Era capaz de localizar perfectamente la parte que faltaba, allí, en lo hondo de su pecho. Notaba los rebordes cortantes de su interior que dejaba su ausencia, y sabía que los mismos serían la causa de muchas futuras heridas.
El único alivio que fue capaz de encontrar en esos instantes es que, afortunadamente, ese momento tampoco duraría para siempre.

jueves, 21 de febrero de 2019

Futuro

Siempre me decían que no teníamos futuro.
Que no tenía futuro.
Ni contigo ni con nadie.

Supongo que tenían razón, no tenemos futuro,
no tengo futuro. Aún.
Porque esa es la maravilla del futuro, que no existe.

Así que me tomé al pie de la letra sus palabras
e hice del futuro que no tenía el presente que ahora vivo.

Seguimos sin tener futuro, claro,
pero eso no cambia nuestro presente juntos.
Y si el futuro se acaba tornando un presente que nos separe
seguirá sin haber nada que nos arrebate el pasado.

Porque no tengo futuro,
y eso me permite forjarme instante a instante mi presente,
y asegurarme un pasado digno de recordar.

lunes, 18 de febrero de 2019

Insignificante

Los nudillos vuelven a estrellarse contra el hormigón, refrescando la marca de la sangre. El ruido de los golpes podría resultar hasta rítmico. Los dientes apretándose antes de cada impacto, el pequeño quejido al lanzar el brazo. El respingo involuntario, cada vez más leve, cuando el dolor le recorría el cuerpo.
Se sentía ser veneno, corrompiendo todo a su alrededor. Sentía la podredumbre de su interior, borrando lo que antes había sido. Sentía la culpa y el remordimiento, susurrándole al oído.
Subió el volumen de la música, manchando el móvil en el proceso. Los auriculares retumbaban, en un esfuerzo por gritar más alto que sus pensamientos.
No tenía modo de huir del dolor que le atenazaba la garganta, o de hacer frente a la tristeza que anidaba en su pecho.

El dolor de las manos dejó de ser suficiente
Se puso en pie, temblando, más por los sentimientos incontenidos que por la lluvia que le acariciaba.
Caer en la cuenta de la lluvia logró distraerle un instante, el tiempo justo para que sus pensamientos pudiesen volver como un mazazo.
La sensación de insignificancia resultó tan abrumadora que una arcada le escaló la garganta.
-Maravilloso, ya no sólo me odio. Ahora también me doy asco.- Murmuró.
Respirar se volvió trabajoso y pesado a medida que la tristeza le robaba los motivos para hacerlo. Sintió como la vorágine de su pecho lo devoraba todo, llenándole del sangrante vacío que tanto conocía.

La insignificancia, no obstante, no desapareció. Tampoco lo hicieron la irrelevancia, la miseria, la impotencia... ni la culpa. La culpa por volver a no ser suficiente. La culpa por no valer nada. La culpa por haber vuelto a fallarse a si mismo.
Empuñando esto sentimientos, su mente comenzó a asaltarle.
Sin darse cuenta se encontró acurrucado en el suelo, tratando de protegerse de unos golpes que provenían de si mismo. Intentando refugiarse de un frío que nacía de su interior.
Allí quedó, indiferente a la oscuridad que le rodeaba, sin ser consciente de cómo le engullía.

miércoles, 13 de febrero de 2019

Cansado

Estoy cansado.
Estoy cansado, y no hablo de tener sueño.

Hablo de enfrentarse a la marea mientras las olas me azotan
pugnándome por alcanzar un horizonte que sólo parece estar más lejos.
Hablo del tedio de ver como ocaso tras ocaso, lo único que cambia es la fecha,
y yo sigo atrapado siempre en el mismo sitio.
Siempre solo.

Ese cansancio que retiene en mi cama, no sólo mis sueños, sino también mis ilusiones.
Supongo que sabes de qué cansancio hablo.

Estoy cansado de estar cansado. De que el sueño meramente lo acreciente.
De dormir para huir de la vigilia. De no saber dónde refugiarme de un mundo que me agota.

Hablo del cansancio de mirar con desdén el rostro que se refleja en el espejo.
O de fustigarme por cada pequeño error como si una parte de mi creyese
que merezco sufrir.
Já. "Como", digo.
Hablo como si no conociese a esa parte de mí, como si ignorase que es la misma
que me empuja a escribir. A buscar redención en unas palabras que sangren lo que siento.

Hablo como si no me avergonzase de cada letra.
Como si no buscara el perdón.

Tengo que empezar a quererme, o terminar de morirme.
Pero sólo una de las dos, porque querer morirme está resultando horrible.

lunes, 11 de febrero de 2019

Esta noche

Esta noche la oscuridad no logra arroparme,
no porque yo desprenda luz alguna
sino porque mi piel se ha vuelto un lugar hostil.

Al bajar la mirada me sorprende la imagen de unas manos ensangretadas,
tardo unos instantes en darme cuenta que son las mías.
Cierro los ojos y me pregunto cuando me perdí tanto
que ya ni mi dolor puedo controlar.

La rabia me escala por la garganta,
y entre espasmos me arquea la espalda y me vacía el estómago.
No estoy seguro de si lloro, y mi cabeza no son más que un puñado de ideas inconexas.

El silencio a mi alrededor es un ruidoso zumbido del que no me sé despegar,
y aunque le detesto agradezco su constante compañía
porque incluso la música me abandona en mis momentos de necesidad.

Las piezas de mi cabeza comienzan a encajar y prefiero que no lo hubiesen hecho.
Cuando no sabes de dónde viene la tristeza al menos queda la esperanza de que desaparezca como apareció,
si llega a hacerse un nombre es más difícil librarse de ella.

Veo como mis manos gotean, y siento cómo el frío me sube por los brazos,
pronto se encontrará con el que albergo en mi pecho.

Inspiro con lentitud, tratando que la noche inunde mis pulmones,
suplicando por que me acepte y acoja.
Al final siento lo que creo que es su tacto, dándome cobijo una vez más.

miércoles, 6 de febrero de 2019

Querernos juntos

Quiero que nos queramos juntos.
No hablo de quererte, porque ya te quiero.
Ni de que me quieras, porque ya lo haces.

Hablo de querernos juntos.
De quererme y que me quieras.
De quererte y que te quieras.

Quiero que aprendamos a querernos a nosotros mismos,
a querernos bien. A querernos felices.
A querernos sanos.
Y quiero que aprendamos juntos.

No por necesitarte, sé que tengo la fuerza para hacerlo solo.
Ni porque me necesites, tú tienes la fuerza para superarlo todo.
Simplemente porque la travesía parece más agradable a tu lado.

Quiero que nos queramos juntos.
Para poder querernos nosotros.
Quiero que nos queramos juntos.
Para hacerlo mejor cuando queramos a otros.

lunes, 4 de febrero de 2019

La tormenta

La tormenta en mi pecho comienza con una puerta cerrada en una prisión de costillas.
Con unos labios, que se sellan para contener en silencio un latido.

Es imposible disfrutar de la lluvia si las gotas golpean la cara interior del cristal.
Miras afuera y ves al sol brillar, mientras allí adentro el frío se ceba con tus miedos.
Me levanto y escucho como nadie llama a la puerta.
Salgo a pintar de nuevo la pared exterior, no vaya alguien a notar las humedades.
A mi regreso, el silencio.
Ese estruendoso silencio que taladra mis oídos, que secuestra mi sueño cada noche.
Y casi es mejor así.
¿Quién quiere soñar con el sol y despertarse empapado?
¿Quién querría soñar con las estrellas si al despertar todo son nubes?

Tal vez el problema no sea dormir. Tal vez el problema es despertar.
Despertar siendo un extraño en mi propio cuerpo,
un polizón en mi mente,
un proscrito en mi vida.

Supongo que al final el problema soy yo.
Soy yo el que llama a la tormenta, el que se moja y el que se hiela.
Soy yo el que sirve de alimento a los demonios que habitan en mis entrañas
y cuyos gritos son los truenos de mi tempestad.

La lluvia terminará por irse, o yo terminaré por ahogarme.
Sea como fuere, todo tiene un final.

Y nadie me ha de extrañar.

miércoles, 30 de enero de 2019

Sin hacer ruido

Me marché sin hacer ruido,
igual que el amanecer se lleva un mal sueño.
Porque supongo que eso es cuanto soy al fin y al cabo,
un mal sueño.

Mis recuerdos desaparecieron con la misma levedad poco después.
Nada quedó de mí, como si jamás hubiese estado allí.
Mi mayor temor resultó ser también mi mayor virtud.

Es curioso como mis pasos pueden sonar tan livianos cuando mis pies pesan cuales piedras.
Me giro y miro atrás,
tú ya no miras.
Y aunque duele sonrío,
pues supongo que es mejor así.

Si las palabras tuvieran peso moriría ahogado con tu nombre en la garganta,
pero en su lugar me aplastarán las pilas de papeles en las que guardo los recuerdos que ya no existen,
los que atesoro más que a mi vida.

La soledad es una terrible compañía,
y a medida que hunde su cuchillo en mi pecho las memorias brotan con un realismo exasperante,
¿o son los recuerdos los que empuñan la hoja?
La sangre sobre el papel traza finas líneas,
describiendo las imágenes que de nuevo se presentan ante mis ojos.
Tu rostro se acerca al mío, siento la calidez de tu aliento, mi pulso se acelera al contacto de tu piel...
El cuchillo se retuerce, el negro sustituye a las imágenes;
tu ausencia me golpea como un mazo en la cabeza.
Me siento perdido, entumecido, asustado.

En mi mente brota la duda: ¿por qué me fui?
La respuesta que me ofrezco no facilita las cosas.
Me peleo con las sábanas, que vuelven a estar manchadas de sangre:
restos de la batalla de anoche.
Trato de buscar razones para enfrentarme al día, pero el silencio es mi única respuesta.
Al mirar al espejo el asco me devuelve la mirada.

Cada día peor que el anterior,
cada noche aún más terrible.
Ya no quedan recuerdos en los que esconderme;
ya no quedan voces que me acaricien.
Ya no puedo soportar odiar cada calada de aire que tomo.
Así que me marcho sin hacer ruido.


La mochila

Hoy has vuelto a aparecer y, como siempre, vienes cargada de recuerdos.
Abres la mochila y comienzan a brotar, tanto las memorias como las lágrimas.

Recuerdo que fuiste la primera vez que lloré de pura felicidad;
o que me hacías sentir atractivo.
Recuerdo cómo me hacías sentir seguro cuando te abrazaba;
o cómo besarte nunca parecía ser del todo real,
como si tus labios me transportasen directo al sueño.
Recuerdo que al final de una semana todo lo malo desaparecía entre tus besos;
y que verte sonreír era lo más bonito del mundo.

Siempre traes los recuerdos bonitos, claro.
Nunca me recuerdas cómo me llegaba a sentir insignificante cuando me tratabas como si fuera tonto;
ni como mis inseguridades nos hacían tanto daño.
No traes recuerdos acerca de como fui tan estúpido como para alejarme de todos salvo de ti;
o como fuiste tan boba como para hacer lo mismo durante tanto tiempo.
No me recuerdas como me dolía la mandíbula de apretar los dientes;
ni la soledad y el desamparo que me traían tu ausencia.

En tu mochila no están todas las cosas que hicimos mal;
no están las cosas que tanto dolían por las que tuvimos que acabar,
pero las hay.

Siempre has sido mi forma favorita de hacerme daño,
pero ahora estoy intentando quererme.

"Te Quiero"

Te Quiero,
pero no como cuando tú me lo dices a mí.
No como tú a mí.

Mis "te quiero" son plegarias silenciosas,
como súplicas a algún antiguo dios.
Son promesas que sé que jamás me permitirás cumplir,
ruego a la vida para que te trate bien.

Mis "te quiero" dicen que vendería mi alma al mejor postor a cambio de tu felicidad;
que no hay divinidad que me prometa un cielo mejor que el que encuentro en tu sonrisa.
Mis "te quiero" dicen que moriría por rozar tus labios,
y que me parecería bien.
Dicen que aunque seas alambre de espino quiero abrazarte hasta que desgarres mis entrañas,
y que no me asustan los rayos ni las tormentas si te miro a los ojos.

Mis "te quiero" significan que me ahogaría en tus lágrimas para tratar de hacerlas desaparecer,
y que moriría inmolado tratando de iluminarte;
que no sé qué sentido tienen mis días si no trato de hacerte un poco más feliz.

Mis "te quiero" dicen muchas cosas, por eso nunca los pronuncio,
porque temo que algún día te des cuenta.
Te Quiero
pero no como cuanto tú me lo dices a mí,
los míos no duelen.